La curiosidad es un combustible extraordinario.
Sobre todo si la enfocamos en ideas, conocimientos, argumentos, propuestas, soluciones, proyectos… que nos conduzcan a conseguir resultados, los mejores resultados que podamos alcanzar, sin apagar la luz de los demás, y sin estar pendientes de lo que hacen y no hacen, a menos de que realmente tengamos un buen motivo.
Es conocer lo que realmente necesitamos conocer de la persona para sacar la tarea y para construir una sana relación.
Es conocer lo que la otra persona está dispuesta a compartirnos sin que se sienta invadida por uno.
Implica mitigar la curiosidad malsana, o esa necia voz interna, que como dijo Marie Curie nos conduce a centrarnos más en la gente que en las ideas.
Por más curiosidad, bien motivada y bien canalizada.