Las emociones siempre cuentan.
No hay que subestimar el poder que tienen para el bien.
Ni tampoco minimizar el potencial que tienen para hacer daño.
El bien o mal, a nosotros y a otros.
Toda emoción es información.
Hay emociones que son un bálsamo. Otras que actúan como un revulsivo y nos movilizan. Las hay que nos permiten construir mejores relaciones, tomar mejores decisiones y conseguir mejores resultados.
Y en el otro extremo, hay emociones que pueden nublarnos la razón, provocar que digamos o hagamos cosas de las que luego nos arrepentimos. Las hay también que nos pueden lanzar a un pozo profundo y obscuro y del que una vez sumergidos allí, se nos hace muy difícil salir.
En el medio hay muchas emociones más. Todas son información. Información relevante para nuestros días, para nuestras vidas.
No se trata de negarlas. Sino de identificarlas, saber lo que las detona o quien las detona. Entenderlas. Ponerles nombre. Preguntarnos que nos quieren decir y actuar de una manera de la que no tengamos que arrepentirnos.
A veces ayuda distanciarnos de ellas, verlas desde un balcón. Sostenerlas en el aire, verlas con amabilidad haciendo malabares con ellas, antes de hablar o de reaccionar.
Auto regularnos. Cada vez más. Cada vez mejor.